Fotos: Juanelo Lopez
Nota: Mundotoro
Como un oasis en el desierto llegó Alejandro Chicharro para salvar la tercera novillada de San Isidro. El madrileño cuajó una tarde de Puerta Grande en el desierto de fuerzas y de casta de una novillada -de dispar de presencia, con algunos justos, y la tónica general de su escasez en los cuellos- de Guadaira y Torrehandilla que con dos sobreros quedó en desafío. Competencia nula. Tampoco entre los novilleros. En el desierto de alegría en los tendidos, tan sólo Alejandro Chicharro llevó la emoción del toreo bien descrito, el de enganchar y rematar con temple.
Llegaba Alejandro Chicharro con el aval de una Puerta Grande en la Feria de la Comunidad en un toreo que destacó por la inercia. Sin embargo, el descrito en San Isidro, fue más de enganchar y rematar. En el sitio propicio para torear bien, para obligar a la repetición. No había opción entre tomar la muleta o dejarla. Así tapó un lote de Guadaira que realmente se vio mejor sobre sus manos porque tuvo pocas virtudes. No fue el más bonito el tercero, despegado del suelo y justo de cuello, que embistió con cierto embroque y poder justo. De perder el celo en cualquier desajuste en alturas y trazo. Muy asentado al natural, siempre dibujando una línea curva -a modo de signo de interrogación- en los muletazos. Muy serio y en el sitio. Una realidad de toreo en la tarde, dentro de una faena siempre de buen tono que remató con un toreo sobre la diestra más arrebatado, para buscar la ligazón. Un pinchazo previo a la estocada le quitó una oreja rotunda. Un fallo que atendió el presidente, para negarle el apéndice a pesar de que la petición entraba ya en el límite de la mayoría.
Con esa buena imagen y siendo el único nombre de la tarde, comenzó por alto la faena a un novillo también justo en su poder y en su recorrido. En los terrenos del tercio, volvió Chicharro con un toreo muy asentado y encajado, renunciando a un toro ligado, para ganar en trazo y en hondura en muletazos de uno en uno. Buscó siempre la colocación, en una faena que fue a más. Lo cierto, es que de haber manejado bien los aceros, su tarde hubiera sido de Puerta Grande. Sus dos faenas fueron un oasis de toreo en el desierto.
Tuvo la novillada la tónica general de una novillada sin fuerzas y mal andada, sin coordinación y poder en sus movimientos. En otros tiempos, con una protesta más fundada a base del estudio del toro, el número de dos sobreros hubiera resultado ridículo. En el aspecto ganadero, fue el primero el único que hizo honores a la bravura. El castaño de Guadaira embistió con nobleza y clase a la muleta de Lalo de María en una faena de muchos muletazos, pero poca conexión con el público. El cuarto, un sobrero de Torrehandilla feo por su poca armonía, salió descoordinado y dañado de los cuatros traseros. Hubo inferencia con el astado y también, con el novillero.
Pepe Luis Cirugeda se anunció para hacer su presentación en Madrid con un lote de Guadaira y terminó estoqueando uno de Torrehandilla. Apuntó el sobrero segundo cierta clase en los primeros tercios, que se esfumó como la gaseosa cuando el gaditano comenzó su faena de rodillas con un pase cambiado. Luego, el movimiento del utrero tapó su verdadera condición mansa. Descompuesto del embroque hacia adelante, buscó las tablas a partir de la segunda serie. El quinto dijo poco en su embestida, mientras el público ya esperaba que Alejandro Chicharro trajera la tormenta del toreo al desierto. Un paisaje -muy cercano a la realidad- propio más para rodarse en novilladas de temporada, que con el boato de estar entre los mejores diestros en San Isidro. Un ciclo del que Jarocho y Alejandro Chicharro salen potenciados. Ahora, a rodarse por los pueblos. El mundo al revés.
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