Fotos: Juanelo Lopez
Nota: Mundotoro
Llegó el diluvio universal en el cuarto como salvavidas de una tarde que se escapó entre la falta de raza de la corrida de Adolfo Martín. Ni un ápice. Otra decepción. Levantó la lluvia y el viento, también esa pasión en los tendidos -que se quedaron vacíos en lleno de ‘No hay billetes’ de gradas y andanadas- que no entiende de mucha razón. También, eso es el toreo. Como el que realizó Antonio Ferrera entre la cortina de agua. Enorme al natural. Anduvo el palco en tarde de sensaciones potenciadas intentando siempre secuestrarlas. En contra del torero y no tanto para devolver algún toro de nula fuerza y justo poder. Así, no concedió una oreja a Manuel Escribano en tarde de máxima entrega y raza, mientras que José Garrido también tiró de vergüenza torera con el sexto.
La tarde de extremo bochorno pronto dibujó en el cielo su tono cárdeno oscuro y la lidia de José Garrido en el tercero se desarrolló con continuos truenos que marcaban el inicio inminente de la función, no reconocida por ese momento en ningún parte meteorológico. Lo más precavidos y afortunados de contar con entradas bajo refugio, ocuparon sus asientos antes de la salida del cuarto toro. En el tercio de varas, el diluvio ya era notorio. Y los tendidos, ya vacíos salvo algunos valientes cuyos cuerpos y ropa bien parecían una escultura de Antonio Corradini. En ese ir y venir en el tendido, se salvó del corral un toro muy justo de fuerzas, que sí que tuvo embroque. Planteó Ferrera una faena de pasión y entrega desbordada, desnudo en estructura y toreo. Varios naturales hicieron rugir los tendidos. Ferrera toreó con un cuarto de embestida y temple con un viento fuera de dominio. Unos olés en tonos de épica y faena grande. Los muletazos fueron de tempo pausados, acompañando con todo el cuerpo. Ganando y perdiendo pasos, pero ya asentado en el momento del embroque. Era una faena de premio. Pero el acero no refrendó la obra.
Con los tendidos ya casi desiertos, se fue Manuel Escribano a la puerta de chiquero para recibir al quinto, un serio y veleto toro. Tras el recibo a la verónica, volvió el de Gerena a cumplimentar un tercio de banderillas de suma exposición, clavando en la cara y exponiendo con un violín al quiebro. Todo, mientras el albero ya contaba con señales de ahogamiento. Tuvo el de Adolfo un embroque sin empuje, costándole mucho de embroque hacia adelante, quedando su embestida dormida en los remates. Tiró Manuel Escribano del astado con muletazos muy templados, siempre ayudándose de los pasos para provocar la embestida y dar inercia. En unos de esos viajes, sufrió una voltereta mientras toreaba al natural. De pitón a pitón quedó colgado en instantes largos. No se amilanó. Volvió con la misma entrega delante del toro, para dejar la serie más rotunda sobre la diestra. En la estocada, entró Manuel Escribano con rectitud y verdad, aunque la estocada se fue unos centímetros desprendida. Con difícil avistamiento desde el palco presidencial, pidió el público la oreja en las gradas cubiertas, pero el presidente no concedió la oreja. Con sol y a plaza llena, la sensibilidad es más grande. Dio una vuelta al ruedo.
Recibió José Garrido a la verónica al sexto, un toro justo de presentación por su poca expresión y su soltura de carnes. Tuvo el ‘albaserrada’ mayor largura en sus viajes y lo aprovechó José Garrido por el pitón derecho, siempre sometiéndole en la línea curva. Más complejo fue por el izquierdo, por sus viajes por dentro. Una faena bien hilada en los terrenos siempre paralelos a las tablas. La espada se fue baja y eso lastró el resultado final.
Los tres primeros fueron para olvidar. El blando primero no pasó del embroque, mientras que el segundo nunca quiso coger la muleta humillando. Manuel Escribano lo intentó por ambos pitones sin lucimiento. Antonio Ferrera no tuvo ni opción a ponerse. Lo mismo que José Garrido con un tercero de anodina embestida, nula casta y cero empuje. Parecía el desastre final, hasta que el diluvio universal apareció como salvavidas.
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