Nota: Al Toro México
Fotos: Juanelo Lopez
La música callada y profunda de Héctor Gutiérrez
El toro bravo es el eje de la Fiesta. Nunca hay que olvidarlo, y cuando salta a la arena un ejemplare con la conducta de «Nueva Historia», del hierro de Reyes Huerta, todo adquiere una dimensión diferente, máxime si un torero es capaz de plantarle cara y bordarlo de principio a fin, como fue el caso de Héctor Gutiérrez en esta inolvidable Corrida de la Insurgencia celebrada hoy en Aguascalientes.
La atmósfera que se había creado en la centenaria plaza «San Marcos» invitaba a que ocurriera algo grande. Sin embargo, la corrida, hasta la muerte del tercer toro, había ofrecido emociones sueltas. Si acaso, la entonada faena de Luis David con el que abrió plaza, al que le hizo fiestas con una encomiable actitud, inclusive con las banderillas, y mediante una faena de buen acabado que no remató con la espada.
Porque de haber estado fino, seguramente hubiera cortado la primera oreja del festejo que apenas desdoblaba sus afanes, aderezado con la singular interpretación de la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes, que acompañó ese trasteo con el primer movimiento de la quinta sinfonía de Beethoven.
En ese marco incomparable, con la plaza vestida de lujo, y una esmerada producción, todo cabía. Pero luego aparecieron el segundo y el tercer toro, faltos de fondo, y los respectivos esfuerzos de Leo Valadez y Héctor Gutiérrez, se fueron diluyendo en medio de aquella atractiva puesta en escena.
Escaseaba la bravura, y la corrida se escapaba entre las manos de los toreros sin que todavía sucediera nada realmente relevante. La devolución del cuarto, por flojo, fue un bosquejo de mal presagio y parecía que el festejo se iba ir al traste.
Pero el sobrero de Boquilla del Carmen tuvo un buen pitón izquierdo y contribuyó a que Luis David volviera a estar a la altura del compromiso, variado, alegre, con una disposición al triunfo que, tras una faena meritoria, llegó a sus manos en un doble premio quizá un tanto excesivo, tras haber matado al toro con una media «lagartijera» de libro.
La gente le pidió con fuerza la segunda oreja, y estaba deseosa de ver triunfar a los toreros, así que el pequeño desliz en el palco de la autoridad había que consentirlo. Dicen que el que paga manda, e hizo escuchar su voz. Al fin y al cabo era una noche especial.
En el quinto, una vez más, Leo pechó con otro toro sin posibilidades de nada, y aunque desde un principio -y toda la corrida- se empeñó en agradar, apenas y consiguió firmar algunos pasajes interesantes. Sus fallos con la espada, sobre todo en el primero de su lote, vinieron a emborronar el conjunto de su buena disposición.
Así que faltaba un toro, el último de la función, en la que se tocó música clásica, con piezas como la «Pequeña serenata nocturna» de Mozart y otras delicias para el oído, incluidos temas de la ópera “Carmen”, o la famosa aria “Nessun dorma”, de «Turandot», hasta que llegó la música callada del toreo, la de Bergamín, la de Héctor Gutiérrez con «Nueva Historia». La música eterna del toreo, insuperable por donde se mire.
Y entonces, la «Cosecha del 22» nos envió a uno de sus hijos pródigos, que hoy regresó a la senda del triunfo, ante un toro que, en los corrales, a la hora del sorteo, jadeaba extrañamente, jalaba aire con dificultad y hasta parecía que iba a echarse.
Pero nada de eso, porque «Nueva Historia» saltó al ruedo con una enrazada embestida que permitió a Héctor torear mecidamente a la verónica, con cadencia y ritmo, jugando los brazos con precisión y sentimiento, hasta rematar la serie con una larga de ensueño.
Luego vino un arriesgado quite por gaoneras, ceñidas, recias, y se volvió a evidenciar la raza que tenía el toro, a través de una magnífica forma de humillar, de abajo abajo, y un recorrido que le otorgaron a sus embestidas una pasmosa espectacularidad.
De esa transmisión se contagió el torero en una faena estructurada, en la que los tiempos, el poder, las alturas, y la dosificación del temple, fueron santo y seña, además de la torería y la pureza que desplegó en unos trazos de categoría, en los que acompañó ese caudal de bravura cimbreando el cuerpo sobre la arena, como un junco a la vera de un río, metiendo el pecho al morillo y fundiéndose con el toro, entregando el alma.
¡Vaya clasicismo de aquellas formas toreras! Solera, buen gusto, arte, en suma, la de un torero que pide paso y hoy demostró que es el más aventajado de esa maravillosa cosecha de nuevos espadas que tanta esperanza han despertado entre los buenos aficionados.
A la hora de prepararse para entrar a matar, y tras haber toreado en redondo, por delante y por la espalda, ya cuando el toro había hecho un amago de escupirse de la muleta, Héctor Gutierrez se perfiló con la misma serenidad con la que había toreado y ejecutó una estocada impresionante, porque dejó la espada en todo lo alto y el toro rodó patas arriba sin puntilla en cuestión de segundos, un hecho que hizo estallar al público de emoción y así fue como le concedieron las dos orejas y el rabo con todos los merecimientos.
Los fuegos artificiales del colofón y la «Pelea de Gallos», interpretada por la orquesta y cantada por el tenor, fueron el final más hermoso y festivo de una corrida que, sobre todas las cosas, nos deja a un torero de cante grande. Se llama Héctor Gutiérrez, es de esta tierra, y trae los espolones bien afilados para todo aquel que pretenda desafiarlo.
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