Realizó una última faena vibrante ante un bravo toro de Los EncinosComo el primer día, hace casi 25 años. Con el valor añadido de la nostalgia, y la bella pátina del tiempo. Así se despidió Pablo Hermoso de Mendoza esta tarde de la afición de la Plaza México, con el boletaje agotado. Y a lo grande. Tal y como corresponde a un consentido del público mexicano, al que en 1999 cautivó para siempre.
Y aunque en estos casos existe la posibilidad de que las cosas no rueden según lo esperado, el encastado juego de «Manuel», el sexto toro de Los Encinos que cerró plaza, le permitió a Pablo hacer una faena poderosa y muy intensa, en la que cuajó pasajes memorables montando a «Berlín» y a «Malbec», caballos artistas con los que la faena alcanzó su clímax, a la par de la vibrante emoción del público rendido a esta leyenda viva del toreo, que en estos años ha llegado a un nivel que, tal vez hace un cuarto de siglo, todavía no se vislumbraba.
Porque mucho de ello se le debe a Pablo Hermoso, con todo lo bueno y lo malo de una forma de administrarse que va de la mano de su avasalladora trayectoria, más en este país donde dejará ha hecho lo que ha querido y dejará una huella imborrable.
Si ya la faena al hondo tercero había sido entonada, y había tenido pasajes de interés, lo mejor vendría con ese «Manuel» con el que Pablo apostó a dejarlo crudo para bordarle el toreo clavando de frente y toreando de costado, todo eso aderezado con unos recortes muy toreros, de esos que marcan la diferencia, porque expuso de verdad.
Emocionado hasta el alma, y bajo el melancólico son de «Las Golondrinas», remató su labor con un certero rejón de muerte, un tanto trasero, pero que fue fulminante, para que a sus manos llegaran dos orejas de ley, las últimas que corta en la plaza que lo proyectó y le abrió tantas puertas desde noviembre de 1999.
El buen juego de varios de los toros de Los Encinos permitió que la corrida tuviera instantes con mucha miga, como fueron las dos entonadas faenas de Calita, que se mostró maduro, creativo y asentado, para dar la lidia adecuada a los dos toros de su lote, sereno y concentrado, sintiendo mucho lo que hacía.
El ritmo y la cadencia de Calita fueron la clave, más con el segundo de la tarde, un toro con clase, al que hizo dos vistosos quites, que marcaron el buen rumbo de su actuación. De no haber pinchado al segundo una vez, seguramente hubiese cortado una segunda oreja. Pero eso fue lo de menos, pues lo relevante es la demostración de madurez, en un año en el que está obligado a dar el definitivo «do de pecho».
Arturo Gilio no acabó de redondear la faena el bravo primero, quizá presionado por el compromiso de torear ante más de 40 mil personas, y es lógico que así haya sido, porque el de Los Encinos acudía con pujanza a la muleta y sin descolgar la cara. A pesar de ello, el lagunero se plantó con firmeza en la arena para hacer un trasteo sobrio, fiel a su estilo, que más parece castellano, que mexicano, por la sobriedad de su interpretación.
La estocada con la que despenó al toro fue un tanto delantera y desprendida, pero ello no le impidió cortar una oreja que le servirá para seguir avanzando, porque tiene ambición y madera, es cuestión de pulir la imagen que realmente desea proyectar, como en ese quitazo por gaoneras que hizo al de la ceremonia, el mejor de cuantos se han ejecutado en estas tres primeras corridas de la campaña.
En la faena al quinto, un toro tan dócil como soso, Gilio estuvo aseado pero sin llegar a conectar con la gente, que ya estaba con la mente puesta en esperar la salida del toro de la despedida de Hermoso, que de cualquier otra cosa. Y al final de la corrida, la salida a hombros de Pablo, en loor de multitudes, resumió una tarde muy bonita, de esas que fomentan la afición a una expresión estética inigualable, tal y como es el arte del toreo, ya sea a pie o a caballo.
Deja una respuesta